El 29 de agosto de 2019 se publicó un video donde Santrich, Marquez y Romaña hablaban del rearme de las Farc y anunciaban la aparición de la segunda Marquetalia. Como era de esperarse, una gran parte de la sociedad se pronunció frente al discurso guerrillero, más hipócrita que cualquier otra cosa, con mensajes de alerta, molestia o resiliencia, pero nadie se quedó callado frente a esta situación. Es un golpe muy duro para el ánimo colectivo escuchar que varios de los personajes públicos del proceso de paz decidieron volver al monte y mandar a la basura cualquier esfuerzo que estuviera en sus manos por la construcción de paz. Sin embargo, la gran conclusión que a mí me queda de todo esto es que la mayoría de los colombianos, ya sea por la falta de pedagogía o de interés propio, no entendemos lo que significa un proceso de paz.
Tal vez, por nuestra historia de desigualdad, pobreza y educación, podría ser que siempre esperamos que las soluciones se den de un día para otro, que sean causadas por personajes externos, y no hemos aprendido que los grandes cambios requieren del esfuerzo continuado de cada uno de los miembros de una sociedad. Creemos que la guerra solo la hacen los grupos armados por fuera de la ley y los militares, y no somos conscientes de que la semilla de la guerra también está sembrada en nuestro interior. Somos un país en el que cada uno de sus habitantes ha sido golpeado, en mayor o menor forma, por el flagelo de la guerra y, sin ser conscientes, hemos extrapolado esas heridas a nuestro diario vivir. Estamos tan inmersos en un conflicto ideológico y personal que no somos capaces de reconocernos como responsables y, así mismo, víctimas de la dura situación que aqueja a nuestro país. De la misma manera, nos es difícil entender que la construcción de paz requiere del esfuerzo y la voluntad de todos.
He sido una vehemente defensora del proceso con las FARC, sin embargo, reconozco que una de sus principales fallas fue la desinformación y la falta de pedagogía, y no me refiero solamente a todos los chismes que se dieron durante su creación, sino a que no fuimos capaces de explicarle a cada persona que la firma solo era un símbolo y que cada uno es responsable de construir la paz; que el proceso es largo y, a veces, frustrante; y que habrán muchos tropiezos en el tiempo (varios procesos de paz en el mundo han tenido que firmarse más de una vez) porque todos aquellos que hacemos parte de esto somos seres humanos susceptibles a cometer errores, a tener grandes egos y constantes desacuerdos. En gran parte, la frustración de muchos; el tono victorioso de otros, que a diario dicen que tenían la razón al no creer en esto; y el sentimiento de derrota de otros cuantos responden al hecho de que estamos acostumbrados a esperar victorias repentinas y pasajeras, y olvidamos que las verdaderas transformaciones requieren tiempo y esfuerzo, y que muchos de los que trabajan en ellas nunca verán la gratificación, sin embargo, la construcción de un bienestar colectivo debería trascender la satisfacción propia.
La violencia más dura y dolorosa que trae la guerra, en este y todos los países, la viven los pobres. El circo de balas lo sienten campesinos que matan a otros campesinos, mientras los grandes empresarios y terratenientes financian las armas y se reparten las tierras. Y, mientras tanto, en las ciudades vivimos en una guerra ideológica tremenda que nos hace olvidar que el otro es nuestro hermano; escuchamos para responder y no para entender al otro, pareciera que fuera más importante tener la razón que lograr un consenso que genere bienestar a todos. Es más importante pertenecer a un bando, y ser consecuentes con el, que negociar con el que piensa diferente; mientras tanto, le exigimos la paz al estado, los grupos guerrilleros, los políticos, los paramilitares y a los mismos campesinos, cuando ni siquiera somos conscientes de nuestro papel en esto.
Todo el mundo habla de paz, pero se molestan porque se le entregó el país a la guerrilla, aunque yo no entiendo qué país les entregaron cuando todos sabemos que los dueños de este país son los grandes empresarios. Todo el mundo habla de paz, pero piden bala para aquel que esté mal parado, y de paso para todo el que, de casualidad pase por ahí, eso por si las moscas. Todo el mundo habla de paz, pero viven entre maltratos e insultos ideológicos con sus familiares, compañeros, vecinos y amigos. Todo el mundo habla de paz, pero no conocen los acuerdos, no entienden ni cuidan el campo, y no mueven una mano por ayudar o enseñar cualquier cosa al que está a su lado. Todo el mundo habla de paz, pero no saben lo que es la empatía. Todo el mundo habla de paz, pero no se preparan para ejercer actos políticos de manera responsable, no cuestionan las fuentes de información porque es más fácil creer lo que nos conviene que cuestionar. Todo el mundo habla de paz, pero satanizan al que tiene más o menos dinero, al que experimenta intereses sexuales poco convencionales, al que se alimenta diferente, al que profesa una religión que no los represente, al que pertenece a un partido político distinto. Todo el mundo habla de paz, pero prefiere llamar al otro “ignorante” a mostrarle su equivocación, llamar al otro “muerto de hambre” a compartirle un pedazo de pan. Todo el mundo habla de paz, pero solo ayuda a aquellos que son connacionales porque parece que el lugar donde nacimos nos hace más, o menos, humanos. Todo el mundo habla de paz, pero no respetan la lucha por la reivindicación de los derechos de los demás.
Yo no creo que haya paz porque eso se construye, y sé que mi responsabilidad en esto va mucho más allá que los actos que he llevado a cabo. Yo no creo que el mundo se acabe porque unos vuelvan al monte, ya que ellos son muy pocos y la fuerza de la transformación está en el colectivo. Yo no creo que la culpa sea exclusivamente de los demás porque las culturas nos han llevado a todos a hacer parte de este monstruo imparable llamado sistema. Yo no entiendo todo el contexto porque para eso debo ayudar a reconstruir y a difundir la memoria histórica colectiva. Yo creo que la discusión se debe resolver en un entorno de discusión política, y que todos tenemos la responsabilidad de prepararnos en los distintos aspectos para esto. Yo admiro a todo aquel que ha dejado las armas, y toda la vida que conoce, por cambiar la historia de este país, aunque el miedo los destroce. Yo admiro a todo aquel que ha dejado de lado el resentimiento para ayudar a esos, cuyas vidas también han sido destrozadas por esta guerra, a forjarse un nuevo futuro. Yo admiro a todas las víctimas, de todos los bandos, que día a día se esfuerzan por dejar todo el dolor atrás. Yo invito a todos mis conocidos a reflexionar sobre su verdadero papel en la historia y sobre cómo lo están afrontando realmente porque, modificando un poco el dicho del comediante Pacífico Cabrera, “Todo el mundo habla de paz, pero poco se comprometen”
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