En estos días, navegando por el facebook me encontré con uno de esos estados intelectualoides, llenos de superioridad moral que alguno de mis contactos publicó. No voy a negarlo, sobre todo durante la pandemia, fui esa persona que se posiciona en redes para a apuntar a otros con mi brújula moral, los pocos conocimientos sobre teorías de desarrollo que tengo y algunas palabras rebuscadas para sonar rimbombante. Ja ja ja, mentiras, la palabra que quería decir era docta - en este momento sonaría la onomatopeya de un mal chiste y me quedaría hablando sola-. Lo sé, no me juzguen. El humor nunca ha sido mi fuerte.
El caso es que esa dinámica solía ser entretenida, pero con el tiempo, en cuanto más incorrecta e incoherente me he vuelto, he descubierto lo aburridas que son las personas que creen ser el adalid de lo que está bien y lo que está mal, y lo divertido que es llevarles la contraria. Aunque, como nota a pie de párrafo, es útil porque ahora todos saben y quieren enseñarte sobre psicología conductual, filosofía moral, política, derecho, deporte, teología, etc….
Sin embargo, mi, apasionado pero brevísimo, encuentro con esta persona me hizo reflexionar más profundamente sobre un tema del que quería escribir hace mucho tiempo, la bondad; y sobre las razones por las cuales me hacen zumbar el oído las nociones deontológicas del bien, la caridad, y el deber de ser compasivos, misericordiosos y desinteresados, conceptos, por cierto, muy cristianos y, en la modernidad, capitalistas. Sí, eso dije, capitalistas, porque ¿Quién desde su posición de superioridad económica, moral, mental o intelectual no ha querido dar a otros, con paternalismo, lo que posee?, ¿Quién no ha querido enseñarles o entregarles a los que no lo tienen, sus conocimientos sobre la vida, dones divinos y/o recursos, sin esperar nada a cambio, generando así una relación de poder, un baño de dopamina delicioso, y una subida de ego al sentirse bueno?
Y, realmente, nadie necesita publicar en medios de comunicación sus actos caritativos para sentirte superior; pueden hacerlo también en silencio para que solo ellos y quien recibe su ayuda lo sepan, que así "el necesitado" se sienta agradecido, y el caritativo suba unos centímetros más en su escala de auto adulación. Y no lo juzgo. Es válido sentir satisfacción por hacer "el bien", no contradice en nada la moral categórica y Kant sí que pasó tiempo reflexionando sobre eso. Un utilitarista como Bentham probablemente diría que lo importante es el bienestar obtenido.
Pero mi experiencia es que, luego de años de estar obsesionada con ser buena con los demás y hacer algo para ayudar y mejorar el mundo, solo he conseguido descubrir que esta idea siempre fue un simple pajazo mental para escapar de mis propios vacíos. Y no me malentiendan, con esto no quiero decir que debamos vivir solo en torno a nuestras propias necesidades con egoísmo y mezquindad, aunque de alguna forma todos nuestros actos son egoístas así busquemos convencernos de que no lo son. Más bien quiero hacer una reflexión muy personal sobre cómo me gustaría resignificar el dar a otros, y, así mismo recibir, -porque dar siempre implica recibir, toda acción tiene una reacción.
Cuando cuidamos una planta, caemos en la trampa de pensar que estamos dando vida a un ser que se beneficia de nuestro cuidado, en una relación vertical de protector y protegido; sin embargo, no nos damos cuenta de que cuando la regamos, la ponemos al sol, la fertilizamos y- algunas locas como yo - hasta le hablamos y cantamos, estamos aprendiendo a cuidar de nosotros mismos y nuestro entorno, estamos tomando de ella su energía y la alegría que nos causa verla crecer, estamos conectando con una naturaleza de la que tomamos tanto y con la que al mismo tiempo somos uno solo. Cuando reconocemos nuestra propia vulnerabilidad, la relación pasa a ser horizontal. Lo mismo ocurre cuando cuidamos de nuestras mascotas y otros animales y, a cambio, ellos nos cuidan con su lealtad y amor, nos hacen sentir que no estamos solos, nos devuelven gestos de gratitud y protección.
Si somos capaces de entender esto, ¿por qué no somos capaces de entender que una persona con la que somos caritativos necesita tanto de nosotros como nosotros de ella?, ¿por qué no podemos asimilar que cuando hacemos algo por alguien de nuestro entorno estamos beneficiándonos a nosotros mismos y a la comunidad en que vivimos?, ¿por qué no dejamos de colocarnos por encima, en la posición ególatra y colonizadora de tratar de mejorar la vida del otro con lo que podemos darle, solo por imperativo moral ? A veces, en ese afán de entregar, terminamos dando lo que queremos, creemos o nos sobra y no lo que otros necesitan, desean o les interesa. A veces, en el deseo de despojarnos, ni siquiera existe el otro como un interlocutor válido, si no como un objeto receptor de nuestro sacrificio, sin posibilidad de enunciación, agencia o cuestionamiento.
Me encantaría que pudiéramos ver las relaciones con nuestros semejantes como vínculos de cuidado mutuo, empatía y de cooperación, más que como actos de misericordia y compasión. Sí, tal vez, eso nos haga menos buenos y nos quite toda una infinidad de desprotegidos a quienes cuidar con nuestra benevolencia, pero nos llena de seres humanos a los que podemos ver como iguales, con los que crecemos en conjunto y con quienes compartimos amor, un amor que se da en infinitas formas.
Y sí, queridos, si me preguntaran, después de pasar por la caridad de múltiples formas, debo decir que todos esos actos y personas con las que compartí construyeron mucho más lo que soy hoy, respecto al beneficio que yo les pude haber entregado; que pensé que yo era una superheroína cuando solamente era una persona con mucho por aprender y más amor por recibir; que mis verdades estaban equivocadas y se han roto y moldeado tantas veces que no puedo contar, pero ahora me siento libre, especialmente de tantos prejuicios y reglas sobre cómo debo comportarme de forma aceptable o no, y sobre cómo debo evangelizar a otros con mi sabiduría y moral.
Yo no quiero ser una persona buena, correcta o éticamente superior; quiero cuidar y ser cuidada por otros; quiero aprender y crecer con otros; quiero entender formas de ver y vivir el mundo que hoy no logro concebir. Y en este mundo, tan competitivo y agobiante, no es fácil. En este mundo, que nos obliga a ser perfectos, buenos, productivos, a juzgar y ser juzgados constantemente, se hace común perdernos en el ego, en la violenta atención a lo que otros piensan de nosotros, en los baños de recompensa o castigo que nos damos en nuestra mente.
Sin embargo, estoy segura de que, si lo intentamos, podemos perder el tiempo y la vida buscando alternativas, tomándonos de la mano y andando al mismo nivel del piso, en vez de hacernos zancadilla. Y estoy segura de eso, cuando mi gata se pasa entre mis piernas para recordarme que soy su familia; cuando mis plantas florecen y convierten mi hogar en un jardín; cuando recuerdo a mi papá y a mi mamá siempre cuidando uno del otro hasta el último momento que pasaron juntos; cuando pienso en el niño al que yo le regalaba juguetes, mientras él me enseñaba el valor de la vida; cuando siento que estoy cayendo y siempre hay una mano ayudándome a sostenerme, mientras yo la sostengo a ella.
No demos a otros solo para ser buenos.
Bajémonos del pedestal.
Cuidémonos.
Amémonos.
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