21 de enero de 2019

Llevo días pensando en cómo hablar de esto, por un lado, lo mejor para mi salud mental es irme del país y no volver, pero seguiría pensando en lo duro que me parece todo lo que pasa.
No para mí que, aunque con todas las dificultades económicas que he tenido siempre he contado con condiciones de vida mejores que la gran mayoría en este mundo, afortunadamente nací en una familia con interés en mi bienestar, en una zona geográfica donde la guerra me ha tocado muy poco a nivel físico y nunca en la vida me ha tocado irme a dormir sin comer, y aunque creo que está mal adaptarse a sobrevivir económicamente en este país, son discusiones que daré en otro momento.
La firma del acuerdo de paz, el cambio de gobierno, las elecciones y todos los hitos políticos y sociales de los últimos años han traído consigo un saldo enorme de muertes, también uno de odios y divisiones. En el contexto de un posconflicto, que sabíamos bien que sería difícil, hemos visto un país dividido y fragmentado, donde la actividad política ciudadana está permeada por violencia e insultos a los que piensan diferente sin importar su ideología. A veces, cuando leo en mis redes sociales algunos comentarios llenos de odio y desinformación, me invade un deseo profundo de atacar a esas personas con falacias argumentativas o ataques directos, y aunque he intentado evolucionar en mi forma de discusión, es difícil no caer en una mecánica absurda que se hace parte de la vida diaria de la gente en mi país. Todo esto, me hace ver que, a pesar de mi pensamiento pacifista y progresista, yo también hago parte del problema. Los humanos no viviremos en paz hasta que, en vez de argumentar contra las personas lo hagamos contra las ideas.
Cuando busco en mis conocimientos de historia, que de por sí son muy incompletos, no dejo de pensar en cómo nos dominan constantemente a través de la división, nos ponen etiquetas extremistas y nos hacen creer que quien no está de un lado está del otro lado, ignorando todos los matices posibles. Si no soy de pensamientos políticos tradicionales, soy un comunista; si no estoy de acuerdo con el gobierno actual, soy un guerrillero; si no apoyo una medida que considero populista, soy de derecha. Siempre he pensado que las personas debemos tener posiciones firmes y carácter para tomar decisiones en los momentos complicados, eso no implica que debamos encasillarnos en una ideología predeterminada o extrema, y que no podamos cambiar de pensamiento a través del conocimiento del entorno, el reconocimiento del otro y la evolución.
Se me dificulta entender lo que, según nuestros imaginarios colectivos y a diferencia de los conceptos teóricos, es un “comunista o un “mamerto”. Se me dificulta entender cómo los grupos de poder moldean modelos económicos a sus intereses y crean fantasmas detrás de ellos para manipularnos. ¡Qué astuto debe ser un grupo para manejar la mente de millones de personas a través de monstruos de mentira mientras ellas se violentan entre sí por defenderlo! ¡Qué falta de coherencia y ética deben tener para enviar al matadero a otros que están a su servicio, ya sea por necesidad o por convicción!
Muchos hablan de libertad porque pueden comprar el último Iphone, aunque tengan que pagar millones en intereses al banco; y cuando se enferman tienen que rogar al frente de un hospital para ser atendidos, aunque el 12.5% de su sueldo sea utilizado para cubrir este gasto. Otros hablan de libertad porque pueden salir a la calle y expresar lo que quieren, mientras sus hermanos son asesinados por decir lo que piensan, o por tener intereses o creencias diferentes. No sé mucho de nada, pero por lo poco que he aprendido, solo vamos a estar mejor y obtener un mejor beneficio mientras miremos al otro y nos preocupemos también por su bienestar.
El ser humano es un ser social y requiere el bienestar cooperativo para poder evolucionar, pero, qué lejos estamos cuando tomamos las luchas por la reivindicación personal de otros como un ataque personal; qué lejos estamos cuando decidimos tomar posiciones neutrales ante la injusticia; qué lejos estamos cuando en vez de ponernos en la posición del otro lo agredimos por su manera de pensar; qué lejos estamos cuando tratamos de delincuentes a nuestros conciudadanos y no nos damos cuenta que los delincuentes son esos a los que estamos defendiendo.
Por todo lo que significa el proceso de paz me emociona pensar en dar un poco de mi para que las víctimas de este largo conflicto puedan tener una reivindicación y un nuevo país; sin embargo, y tristemente, me disculpo con ustedes diciéndoles que el proceso de paz es más que un acuerdo. Este país no tendrá paz mientras todos aquellos de nosotros, de los que la paz depende, no empecemos a discutir con argumentos, a respetarnos los unos a otros, a reconocer los derechos ajenos y a pensar en el bienestar de alguien más que el de nuestro entorno más cercano.
Me entristecen todos los muertos que han traído esta guerra, no solo aquellas víctimas de atentados o aquellos líderes sociales, también todos aquellos muertos causados por la violencia común y la pobreza, los principales resultados de la corrupción tan bien respaldada por toda esta situación.
Espero que cuando llegue el día que nos demos cuenta de que los enemigos no somos nosotros mismos, no nos hayamos destrozado física o ideológicamente y aun queden algunos de nosotros que puedan reivindicarnos como sociedad.
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