Todo comenzó con una crisis y la pregunta por la cual empieza el camino hacia el final, ¿Qué estoy haciendo con mi vida?. Un final que desemboca en tres caminos distintos: una idea que lo cambia todo, y te vuelves de los pocos afortunados en el mundo que hacen con su vida lo que realmente aman, aquí llegan muy pocos realmente; un suicidio memorable, con mariachis en el cementerio, mensajes en Facebook y un hueco enorme, y para toda la vida, en el alma de aquellos que te aman; o, finalmente, el peor de todos los finales, la decisión de resignarte y encajar en un mundo al que nunca perteneciste, seguir trabajando para sobrevivir, comprar tu carro y tu casa, pagar las deudas, boda en Santa Marta con las damas de honor de blanco y un préstamo a 60 meses para poder pagarla. A este último llegan casi todos y «¡ups!» se acabó; no más dudas existenciales, no más ganas de dejarlo todo y volver a empezar, no más sueños frustrados, ni conversaciones desesperadas con tus amigos, una sonrisa de oreja a oreja, mientras hablas de lo afortunado que eres por tu trabajo como gerente, tus niños rosaditos, tu carro último modelo, y el viernes de fiesta con tus amigos, en caso de que a tu pareja no le moleste.
Y tú estás aquí, pensando en cómo hacer para que tu corta vida tenga algo de sentido, pensando en tus sueños infantiles y la valentía de tu juventud, sabiendo que, si no haces algo pronto, la realidad te va a tragar. Dicen que a los 30 las crisis se alborotan, tal vez sea el momento en el que debes tomar una decisión sin volver a mirar atrás y tú simplemente eres un niño indefenso tratando de cambiar el mundo cuando apenas aprendiste a cambiarte los zapatos. Y tus amigos se casan y tienen hijos por doquier; ¡el día más feliz de sus vidas!, dicen todos. Otros hablan sobre vegetarianismo y salvar el Amazonas (#prayforAmazonas), mientras publican sus fotos de redención y superioridad moral para no demostrar lo solos que se sienten.
Hace poco leí un libro que me voló los sesos, metafóricamente hablando. Las personas tenían prohibido leer y generar conocimientos mientras pantallas gigantes les mostraban imágenes banales basadas en cómo querían entender el mundo, una existencia light y libre de problemas, entretenimiento como pan caliente, corazones vacíos y adoloridos, y «¡zas!» alguien se tira de un edificio porque la vida se le hace insoportable. Cuando lo leí, enloquecí. No podía dejar de pensar en un mundo en el que no pudiera adquirir nuevos conocimientos, eso me levanta en días de desolación intelectual. Después de navegar, unos cuantos días, en mi frustración ficticia, descubrí que el mundo en el que vivo no es muy diferente, y se vino la realidad a mis párpados, soy un simple humano chapoteando para no ahogarse en él.
Todos los días me llegan mensajes de lo que la sociedad espera de mí, que si esto, que si aquello, y yo solo soy un niño que busca ser feliz, sin tener ni idea de lo que hace. Soy un adulto que a diario es observado, juzgado y presionado, sin la posibilidad de sentarse a llorar. Y me preguntan a qué grupo pertenezco; que si soy vegetariano o no; que si soy heterosexual, homosexual o alguna de las variaciones LGBTTTIQ (pidiendo disculpas a ellos por no nombrarlos a todos); que si soy ingeniero, abogado o relojero; que si soy ateo, católico, cristiano, budista o rastafari; que si soy feminista o machista; que si prefiero los días oscuros o claros… Y yo solo quisiera pensar y decidir libremente, así como cambiar de opinión sin que me apedreen socialmente, quisiera crear nuevas cosas y teorías, sin tener que pertenecer radicalmente a un lugar o al otro.
En este punto, ya he descubierto mi gran equivocación, la pregunta no es ¿qué voy a hacer con mi vida?, sino ¿cómo voy a desprenderme de un mundo que me obliga a hacer algo con mi vida, para empezar a ser?, ¿cómo cambiar el mundo sin que me cambie a mí?, ¿cómo enfrentarme a un mundo racionalmente cuando el odio ideológico nos golpea a todos constantemente? No sé cómo volver a empezar, pero mientras pueda cambiar mis preguntas, puedo cambiar mi opinión y salir de este desconcierto. Mi mamá, en sus oratorias sobre resiliencia, solía decir que cuando no te dan oportunidades, te las construyes tú mismo. Y mañana cuando despierte, volveré a empezar con mi intento diario de mejorar el mundo en el que vivo, aunque, como hoy, resulte ser un día perdido.
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